Integrales, cartógrafos de la memoria

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(Traducción del inglés: Margarita López López)

Seis días completos tomó para transportar en camión los registros, archivos, imágenes digitalizadas, fotografías, grabaciones, y películas acumuladas durante los ocho años que el Dr. Chaim Benjamín Qaraite había dirigido el programa. Jaffrey Francs, quien fuera, en un tiempo, un estudiante de medicina curioso e insistente, y ahora oficialmente un miembro de la empresa, había entrevistado a veinticinco candidatos para el personal del Dr. Qaraite en el Instituto para la Imagen Cerebral y la Memoria (IICM).

El laboratorio de Jaffrey estaba siendo trasladado a uno nuevo localizado en un rincón industrial en la Ciudad de Commerce. Los mil acres de almacenes abandonados habían sido convertidos en laboratorios de investigación y medicina, un hospital, vivienda con espacio para una plataforma de helicóptero, plantas independientes de electricidad, gas y agua, estaciones de transporte de trenes y camiones, y almacenes para equipo y suministros para la vida diaria.Cuando la mudanza se hizo de día, Jaffrey escoltó varios camiones a la universidad, pero los camiones que llevaban imágenes altamente técnicas y equipos médicos circularon solo de noche al local del IICM, recientemente terminado en la Ciudad de Commerce y en cuyas instalaciones la cuarta parte se había destinado para un hospital de veinticinco habitaciones para pacientes.

La prensa había informado que el centro principal de investigación cerebral del instituto se trasladaría al campus universitario. La última noche de la mudanza, Jaffrey, vestido como empleado de la mudanza, entró en el antiguo sitio del instituto y se integró fácilmente al equipo de transición física. Para parecer oficial, tomó un casco de protección amarillo y se subió a un camión que cargaba equipo de laboratorio. Cuando llegaron los camiones y las cuadrillas al plantel en la Ciudad de Commerce, les ayudó a mover cajas de piezas y herramientas para una de las máquinas de resonancia magnética de uno de los laboratorios. En el interior del edificio, hombres y mujeres trabajaban frenéticamente­­– entraban y salían de cuartos, llevando cajas, sillas, libros, equipo de oficina y organizando oficinas, salas de reuniones y laboratorios. Con cinco cajas en un carrito, Jaffrey se dirigió directamente hasta el área del hospital. Asombrado observaba la alta calidad de las habitaciones para los pacientes y de los sectores de enfermería, las salas de cirugía, y las instalaciones de examen y pruebas. ¡Todo de primera clase! Prosiguió con el carrito, buscando en vano el Laboratorio de Imágenes Cerebrales. En su exploración, descubrió un tercer edificio conectado por un amplio corredor a un gimnasio similar a los universitarios, con equipo de ejercicio y un área de entretenimiento para los empleados. Mientras hombres y mujeres disfrutaban de sus pastelitos con café, Jaffrey se les acercó para escuchar sus conversaciones y se dio cuenta de que los empleados de esta instalación no volverían a casa por la noche. El primer año vivirían aquí un mínimo de seis meses y, después de un mes libre, volverían por otros seis meses. Después de este período de prueba, se les pediría un contrato por un año y tal vez más, dependiendo del progreso de la investigación. Esta podría ser su residencia permanente mientras trabajaran para el IICM.

Una vez afuera, bajo un cielo lleno de estrellas, caminó por pasillos empedrados, cruzando encantadores jardines de árboles maduros, espléndidas flores y esculpidas fuentes. Resaltaba la arquitectura moderna y relajante: agradable a la vista, hipnótica. Los empleados de la mudanza charlaban y reían mientras llevaban muebles a los atractivos condominios: ¡las viviendas de cinco estrellas de los empleados! Asombrado y emocionado por el campus de la empresa y sus recursos de primera clase, Jaffrey se acercó guiado por el sonido de los grandes motores diésel. Corrió hasta la cabina de uno y el conductor, sonriente, le señaló con la mano, invitándolo a que subiera a bordo.

“Será estupendo vivir aquí. La compañía nos lo provee todo a mí y a mi familia”.

“Sí, ¡y de primera clase! Como vivir en el campus de una universidad, o mejor dicho ¿en el campus de la empresa?” Le respondió Jaffrey.

“Sí, estoy de acuerdo. ¿Qué diferencia hay? Todas las grandes universidades y empresas de investigación están haciendo esto mismo. Al principio no me gustó la idea, pero ahora me estoy acostumbrando a la nueva realidad. De todos modos, son mis dueños. Somos una clase especial, ya lo sabes. No soy tan solo un conductor, sino un ingeniero mecánico. Mi trabajo no es solo conducir estas bestias mecánicas, sino también diseñar y construir con eficiencia motores y combustibles mejores y más potentes usando desechos naturales y subproductos. El propósito de este campus de la empresa es convertirse completamente autosuficiente”.

El conductor guardó silencio el resto del camino hasta llegar a Los Ángeles. Sus comentarios habían distorsionado la imagen mental que tenía Jaffrey del instituto, al que el conductor había llamado “empresa”. De un salto, Jaffrey salió de la cabina sacudiéndose esos pensamientos de la mente.

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Al amanecer, Jaffrey Francs se preparó ritualmente su café y desayuno habitual: una rebanada de pan de centeno, un huevo hervido, alguna fruta y una verdura verde cruda y picada. Antes de salir de su departamento, el dormitorio brindado por el instituto a un alquiler mensual generosamente económico, Francs sacó una carpeta de cuero suave que contenía una libreta de papel amarillo y seis plásticos para notas y artículos. Revisó en la libreta, una por una, las tareas en su lista del día. Recordó que de niño planeaba listas de actividades diarias que realizaba sin falta. Jaffrey se rio al memorar que en la escuela secundaria había sido aun más diligente en completar su agenda diaria. Por ejemplo, después de regresar a casa de la escuela, se quitaba la ropa escolar y la guardaba doblada, ya fuera en el cesto de ropa sucia, en el armario o en cajones, luego terminaba su tarea, y después se aseguraba de que todo estuviera en orden en su habitación. Limpiaba su escritorio y siempre le rociaba un poco de protector a la madera, se preparaba para cenar, de vez en cuando miraba un programa en la televisión y, por último, leía un poco y se preparaba para dormir. Tenía una lista para los días de escuela, de lunes a viernes, y otra más flexible para los fines de semana. Tal vez por eso le fue tan bien en la universidad y en la escuela de medicina, pues solo se enfocaba en cumplir la lista que hacía. Ansioso por empezar el día, puso en su carpeta diagramas, gráficas, papeles y la lista de tareas pendientes y la cerró, guardándola cuidadosamente en el maletín de cuero suave. De la emoción, casi al salir, pisó un pedazo de papel que alguien había deslizado debajo de la puerta. Jaffrey lo desdobló y leyó: Reunión con el director hoy a las 3:00 p.m. en su oficina. Muy bien, asintió con la cabeza.

El agrónomo y los expertos en suelos y agua atendían los jardines del campus de todo a todo. Hacían placentera la caminata del departamento al laboratorio o a cualquier otra parte del campus. Las fuentes y piscinas eran magníficas, algunas con reserva. Los planificadores del instituto crearon para sus empleados un ambiente inspirador. Es un privilegio, un gran privilegio, trabajar aquí, pensó Jaffrey cuando comenzó a anticipar lo que el Dr. Qaraite podría responder a la petición del equipo. El Dr. Qaraite había asignado a Roberto Stillman, neurólogo y psiquiatra especializado en esquizofrenia; a Isabel Cordelli, talentosa física, bioquímica y especialista en imágenes cerebrales; y a Jaffrey Francs, doctor en medicina, a un laboratorio especializado en imágenes biomédicas de las funciones cerebrales de la memoria. Todos los miembros del equipo eran brillantemente únicos, pero ¿quién no lo era en este lugar? Lo que Jaffrey apreciaba de ellos era que no eran personas que dedicaban todo su tiempo a la empresa, también tenían una vida aparte. Disfrutaban de actividades físicas. Isabel Cordelli era una atleta nata que participaba activamente en eventos deportivos organizados. Había formado un club al que entrenaba para escalar la Montaña Whitney cada año. Roberto Stillman era un tipo agradable y tranquilo que se llevaba bien con todos y nunca revelaba ninguna emoción. Nada parecía molestarlo, y estaba de acuerdo con las sugerencias de Jaffrey e Isabel. Físicamente era enjuto y muy fuerte, como resultado de las tres actividades que disfrutaba: ciclismo, yoga y ballet.Debido a que prácticamente vivía en el laboratorio, lo primero que hizo fue solicitar la instalación de armarios, duchas y una barra para el ejercicio de ballet. A menudo, los miembros del equipo y asistentes del laboratorio llegaban temprano y se encontraban a Stillman bailando, saltando y haciendo piruetas por toda el área de trabajo. Nunca se rompió nada, pero definitivamente daba un magnífico espectáculo. Cuando Stillman y Cordelli recién se incorporaron al personal del instituto, sucedió que, aunque tenían más experiencia administrativa, Francs se convirtió en el líder de facto del equipo. El trío se llevaba bien y colaboraban perfectamente en el trabajo. El primer día que se conocieron en su laboratorio, Francs, Cordelli y Stillman descubrieron que todos querían hacer más de lo asignado.

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Esa tarde, bajo un cielo despejado, Jaffrey caminó a la oficina del Dr. Qaraite, donde el secretario le indicó que se sentara. El Dr. Greyson Benjamín Qaraite, un psiquiatra y neurocirujano con entrenamiento y práctica en la UCLA y la USC, era el ex director de la Investigación de Imágenes Cerebrales mediante el Avance de la Neurotecnología, especializándose en cartografiar y localizar puntos cerebrales que producen, conservan y graban memoria. Sus objetivos científicos de por vida estaban regidos por las teorías de Jean Gebser, específicamente la teoría de las cinco estructuras de la conciencia: la Arcaica, la Mágica, la Mítica, la Mental-Racional, y la Integral Emergente. La acumulación de estas estructuras permanece activa en el cerebro y la mente, incluso hoy en día. Su investigación sobre mamíferos de diferentes niveles de evolución, como ratas, conejos, simios, gorilas y humanos, lo había convencido de que la humanidad estaba en el umbral de la etapa integral.

El Dr. Qaraite era pionero de un método para observar experiencias de primates avanzados a lo largo de su evolución física y mental, y para realizar un seguimiento de lo que sus ancestros genéticos vieron hace cientos y miles de años. La tecnología de imágenes cerebrales progresó a tal punto que el Dr. Qaraite había mostrado recientemente visualizaciones bastante claras de las memorias que los simios habían acumulado en sus períodos evolutivos. Este tipo de fotografía digital de las sinapsis eléctricas de las neuronas cerebrales literalmente archivaba imágenes de tiempos históricos. El Dr. Qaraite consideraba las estructuras teóricas de la conciencia postuladas por Gebser al alcance de la verificación científica.

El siguiente paso en la investigación requería de un sujeto humano dispuesto a someterse a la recuperación de imágenes almacenadas en los depósitos de la memoria de su cerebro. Si los equipos quirúrgicos y de imagenología eran capaces de localizar y capturar imágenes de un pasado histórico que el sujeto no podría haber vivido, esto demostraría una vez más la viabilidad de la teoría de Gebser de que la acumulación de estos recuerdos humanos se unifica para formar lo que él denominaba como memoria integral activa. La tecnología proporcionaba los conductos para examinar las teorías de Gebser, para situar a la humanidad como testigo de los grandes acontecimientos del pasado.

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El equipo de Jaffrey había colaborado colegialmente cartografiando eficazmente el cerebro, llegando más profundamente a las fibras de materia blanca del hipocampo donde se almacena la experiencia acumulada de los chimpancés. Isabel Cordelli fotografió el cerebro en funcionamiento al penetrar el cráneo y mover varias nano cámaras sobre la corteza del cerebro. Mantuvieron registros detallados de su exploración y, según ellos, nadie más tenía acceso a esta información. Jaffrey entró a la oficina del Dr. Qaraite y se sentó a una mesa redonda con un montón de documentos. Renunciando a las formalidades, el Dr. Qaraite fue directo al grano.

“¡Felicidades! Su equipo podría estar por descubrir algo importante en la historia de la ciencia. La mayoría de las imágenes son magníficas, áreas a las que no habíamos accedido ni visto jamás. Estoy entusiasmado con su progreso, pero, antes de experimentar con humanos, necesito datos sobre la muerte de tres chimpancés en su laboratorio”.

“Lo expliqué en mi petición para reemplazar a los chimpancés. Las quemaduras fueron causadas por el uso de una sonda adaptada y utilizada por el Dr. Cordelli y el Dr. Stillman que yo aprobé. Estamos mejorando la tecnología para ver claramente a nanoescala. Ya casi lo logramos. Ahora podemos llegar aún más profundo”.

Mientras Jaffrey respondía, el Dr. Qaraite leyó su petición.

“Muy bien, aprobaré tres. Buen trabajo y buena suerte”.

El equipo de Jaffrey Francs interpretó que la hipótesis del Dr. Qaraite de la función cerebral estipulaba que las regiones visuales del cerebro trabajan juntas, para capturar información perfectamente coherente, en un instante cuando millones de neuronas se unen simultáneamente para producir una imagen, tal vez lo que el chimpancé está viendo en el momento del estudio, o en el momento en que está soñando o recordando. El logro final sería capturar imágenes de un período histórico en particular. Un evento que había sido presenciado por un antepasado podría estar disponible para mayor investigación.

Francs, Cordelli y Stillman entendían las implicaciones de la teoría de Gebser de que la humanidad archivaba toda su experiencia histórica en el cerebro de individuos por generaciones sucesivas. Unidos en su búsqueda, Francs y sus colegas habían permanecido juntos en el instituto porque sentían que su cartografía del cerebro resultaría en una exploración sin precedentes de la mente humana contemporánea. A diferencia del grupo de Francs, varios equipos habían sido desmantelados. A nadie se le pedía que abandonara el campus ni se le consideraba un fracaso; simplemente eran reasignados a otra tarea o proyecto. Al darse cuenta, después de cuatro años de esfuerzo, de lo cerca que estaba el equipo de Francs del resultado final, el Dr. Qaraite aprobó sus solicitudes incondicionalmente.

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Los errores pasan, incluso en este instituto donde rara vez ocurren descuidos. En lugar de tres chimpancés, el equipo recibió dos grandes orangutanes de la Fundación Gran Simio en Des Moines. Estas bestias fueron colocadas inmediatamente en jaulas de acero inoxidable previamente ocupadas por primates avanzados. El laboratorio de Francs tenía siete jaulas que a lo largo de los años habían sido utilizadas mayormente para chimpancés, pero, a veces los operarios cuidadores del instituto les mandaban monos macacos y grandes orangutanes. A diferencia de los chimpancés, los orangutanes grandes y fuertes eran difíciles de manipular; sin embargo, el equipo experimentó con el simio más pequeño utilizando varias sondas nuevas y altamente mejoradas que habían diseñado la Dra. Cordelli y el Dr. Stillman. Estos médicos habían penetrado el cerebro del orangután en doce ocasiones, profundizando más que nunca, aprendiendo a maniobrar la nanotecnología para encontrar nuevas vías a diferentes áreas de un cerebro vivo al que nunca antes habían accedido y sondeado por cámara. El orangután descansó y sanó en menos de tres meses. Comía, dormía y caminaba a cuatro patas en la jaula más grande que Stillman le había conseguido. La bestia parecía normal, sin revelar efectos adversos de las muchas intervenciones cerebrales que había sufrido.

El equipo de Francs era muy consciente de que la antigua memoria a largo plazo dependía de varios organizadores en diferentes regiones del cerebro y decidió encontrar vías que conectaban estas regiones y seguirlas a través de las interacciones sinápticas de las neuronas. Francs, Cordelli y Stillman estaban absolutamente seguros de que las sinapsis contenían rastros de memoria a largo plazo. Cordelli y los demás sabían que sus procedimientos y conclusiones serían atacados, pero permanecieron totalmente comprometidos con su plan de usar dos nano cámaras para capturar la memoria del orangután y proyectarla en una pantalla. Creían que sus experimentos con animales prometían alcanzar su objetivo final: trazar un mapa de las vías que conectan las regiones esenciales del cerebro que albergaban la antigua memoria a largo plazo en los seres humanos.

Stillman cuidaba de los animales y por lo general formaba una relación con ellos. Consideraba lo que sus colegas y él hacían como bárbaro e inhumano, pero aún así permaneció dedicado al proyecto. Para preparar a los animales para la experimentación, los sedaba, les afeitaba el cráneo y lo cortaba, serruchaba, o perforaba. Luego los colocaba en la camilla y los conectaba a una serie de dispositivos y pantallas de monitoreo. Antes de la cirugía de ese día, se compadeció del más grande de los orangutanes, uno cuyos ojos parecían más grandes que nunca. Tal vez la bestia tenía una idea de lo que le iba a pasar, pensó Roberto Stillman mientras revisaba todas las conexiones de los tubos y la mascarilla. Por la mañana había observado que los orangutanes se acercaban entre sí, tratando de tocarse. Lleno de energía, el más pequeño se estiró lo más que pudo para tocar a su compañero más grande mientras este gritaba y se arrojaba desde las barras a las paredes de la jaula. Stillman rodó la jaula fuera de la vista del simio empático.

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Francs y Cordelli, vestidos con prendas quirúrgicas de pies a cabeza, tomaron sus puestos. Stillman, con la mirada en la pantalla, le ayudó a Cordelli guiándola por el cerebro del orangután, Francs monitoreaba los signos vitales y le administraba pequeñas dosis de sedante al sujeto para mantenerlo tranquilo y quieto mientras Cordelli operaba. Cordelli había ido a Georgia para entrenarse en el uso de instrumentos quirúrgicos exploratorios nanotecnológicos avanzados. En lugar de periscopios delgados proporcionados por los técnicos de Georgia, ella colocó nano cámaras en las puntas de dos embudos. Sosteniendo el primer embudo, Cordelli les señaló a sus asistentes que empezaran. Ella colocó ambos conductos en los dos orificios cilíndricos. Usando embudos la mitad del tamaño de un cabello humano, Cordelli comenzó a descender, atravesando cuadrículas de billones de fibras nerviosas donde creía que los pensamientos o imágenes del orangután recorrían la materia blanca, moviéndose y comunicándose entre una y otra región del cerebro.

Después de cuatro horas, las dos nano cámaras estaban en posición entre ambas regiones para intentar fotografiar la actividad instantánea y simultánea de las sinapsis de las neuronas con el propósito de recuperar imágenes de la memoria pasada de la bestia.

“Llegamos. Listos. ¡Enciendan las cámaras!” Cordelli les gritó a sus colegas.

Cordelli dejó que las cámaras operaran continuamente, fotografiando millones de sinapsis en un micrositio dentro de la inmensidad del cerebro de un primate vivo.

Los inmensos ojos del orangután se cerraron cuando Cordelli ordenó que comenzaran las cámaras. Liberados de la mirada doliente del simio, Stillman y Francs se sintieron libres de ver a la yaciente criatura antropomorfa, larga y peluda.

“Su pecho no es tan grueso como el otro”, dijo Stillman.

“Sí, es más alto, pero pesado y fuerte aun así,” Francs reafirmó.

“Vamos, tenemos que relajar a esta bestia”, respondió Cordelli.

Stillman regresó a la pantalla y señaló que estaba listo. Francs revisó el latido del corazón del orangután.Les dio la luz verde. Cordelli comenzó la extracción muy, pero muy lentamente.

La extracción tardó tres horas y nueve minutos. Cordelli estaba emocionada por ver si había capturado alguna imagen.

“Isabel, la información tardará horas en descargarse usando cuatro computadoras, en interpretar y formular todo lo que tenemos y después en esperar la digitalización para su visualización. Estaremos aquí toda la noche,” dijo Francs.

“Todavía tengo que desconectar al animal y limpiarlo”, comunicó Stillman.

Francs revisó el latido de la bestia una vez más antes de desconectarle los dispositivos y monitores.

“Parece una enorme tira de enchufes”.

Cordelli tomó su maletín y se dirigió a la puerta, ansiosa por dormir un poco en preparación para una carrera de maratón programada para el día siguiente.

Ya de madrugada, Stillman y Francs bajaron la camilla, lentamente jalaron al orangután y lo colocaron sobre el suelo de su jaula.

“Oye, pesará unas doscientas libras,” comentó Francs.

Le echaron una manta encima. Stillman dormiría en el laboratorio, como de costumbre.

Jaffrey Francs caminó por un campus tranquilo preguntándose qué les había aportado el orangután.

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Días después de que la programadora y analista informática codificara y digitalizara la información, e imprimiera sus composiciones e imágenes, le entregó dos cajas de fotos a Isabel Cordelli.

“Estas son las fotos más claras. Parece que hay una imagen allí, una de hecho, una en cada caja de cien. Las fotos registran el acoplamiento de una imagen en las profundidades de la mente de tu simio”.

La analista reconoció la expresión aturdida en los rostros de los miembros del equipo.

“Oigan, por favor, no se sorprendan. Ya saben cómo funciona esto”.

“¿Dos de miles de fotos?”

“Sí, pero alégrense de que están por descubrir algo. Buena suerte. Toman miles y terminan solamente con unas pocas que muestran algo reconocible”. Salió al sol del mediodía.

“Dos imágenes”, anticipó Cordelli. “Guau, qué gran avance”.

“No seamos pesimistas. Esperemos hasta ver las imágenes”, respondió Francs.

Para el almuerzo, los tres partieron por caminos separados. Los años que habían trabajado juntos, ni una sola vez se habían reunido socialmente para almorzar o cenar. Roberto había conocido a una estudiante de posgrado que estudiaba danza en la Universidad de California en Irvine, y cuyos padres tenían un estudio de baile en la ciudad de Montebello. A menudo iba a bailar con Florence al estudio después de que cerraba. Isabel continuaba liderando grupos de empleados de la empresa en entrenamientos físicos, carreras de larga distancia, senderismo y natación, para culminar en la escalada de montañas y triatlones en el sur de California. Jaffrey Francs hacía listas de tareas para sí mismo, muchas relacionadas con el trabajo administrativo para el laboratorio y el grupo. Creía no tener tiempo para sí mismo. Pocas veces preguntaban los tres sobre lo que cada uno hacía en su tiempo libre, aunque Isabel y Roberto tenían amigos dentro y fuera del campus, y parecía que todo mundo sabía de ellos.

Cuando regresaron al laboratorio, estudiaron por primera vez las fotos impresas. Examinaron diferentes ángulos de la imagen que aparecía en la mayoría de unas doscientas que el analista les había dado y la midieron. Tomaron muchas notas e hicieron muchos cálculos, pero casi ningún comentario.

“Abrámoslas en la computadora”, exclamó Francs.

Las imágenes más cercanas al hipocampo eran las más claras. Miles o millones de sinapsis se activaron simultáneamente en un micro-instante para formar una imagen en la memoria del orangután. Ojos, árboles y un patrón que parecía ser la piel de una serpiente fueron las primeras imágenes reconocibles de la vida pasada de un sujeto vivo, en este caso, un orangután. Una hebilla, una hebilla de cinturón con lo que parecía ser un escudo con una especie de marcas, tal vez letras, era el hallazgo más importante del equipo. Los ojos, árboles y piel podían ser analizados, pero la hebilla y el escudo podían ser descifrados y hasta relacionados a un tiempo específico. Inmediatamente, Francs convocó al laboratorio a los antropólogos, arqueólogos e historiadores del campus. En menos de dos horas, había cuatro expertos examinando las imágenes. Desinteresadamente, los expertos descartaron los ojos, los árboles y la piel para centrarse en la hebilla del cinturón y el escudo.

“No es su campo, chicos—ni los ojos, ni los árboles, ni la piel”. Stillman se rio y se dirigió adonde estaban enjaulados los orangutanes.

Los expertos se quedaron en el laboratorio frente a la computadora, revisando y haciendo observaciones sobre las fotos impresas y las imágenes en la pantalla. Consultaron por teléfono con otros expertos de otras partes del mundo y descargaron programas lingüísticos y análisis de metal y cuero, y recibieron documentos históricos y fotos de cinturones y atuendos militares, y de escudos de museos europeos. Recogieron el material recibido y se dirigieron a la puerta.

“Bueno, ¿qué hay del cinturón?” Francs preguntó.

“Podría ser romano”. Dijo el experto mirando a sus colegas, quienes lo confirmaron.

“¿Y las marcas?” Cordelli se paró frente al grupo evitándoles salir hasta que dieran alguna indicación de lo que pensaban.

“Probablemente latinas y el escudo, romano. ¿Está bien? Le tendremos algo más mañana. Buenas noches, doctora Cordelli”.

Cordelli se hizo a un lado tratando de entender el significado de lo que estos hombres y mujeres acababan de informarle. Si el cinturón, el escudo y las marcas eran de origen romano y latino, el equipo había logrado lo imposible al acceder y grabar imágenes de un acontecimiento de la época romana almacenadas en la memoria del cerebro de un simio. Se quedó paralizada pensando en lo que esto significaba para la condición humana. Este procedimiento podría ser la prueba definitiva para la historia humana. Usando la tecnología de su grupo, los investigadores podrían fotografiar los grandes acontecimientos del pasado y yuxtaponerlos a su historia escrita. Este podría ser el mayor descubrimiento del siglo XXI. Cordelli sonrió.

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El equipo de Francs se esforzó por archivar los detalles de sus experimentos y, en particular, la metodología y la implementación del aparato médico que Cordelli había perfeccionado a lo largo de sus años en el instituto. El Dr. Qaraite entrevistaba sistemática y repetidamente a todo el personal que realizaba algún servicio en el laboratorio de Francs. Lo que estos individuos reportaban alentó al Dr. Qaraite a conseguir varias subvenciones importantes en apoyo de su grupo de científicos más productivo. Millones provenían del Departamento de Defensa de los Estados Unidos, y eran distribuidos por la Agencia de Defensa para Proyectos de Investigación Avanzada. Fue en esta última categoría que Jaffrey Francs y sus colegas recibieron $25.000.000 por cinco años para seleccionar a sujetos humanos y continuar los esfuerzos de recuperar imágenes de memorias situadas en las estructuras de la conciencia, como postulaba Jean Gebser.

Impacientes y ansiosos por comenzar a entrevistar a voluntarios, Isabel Cordelli, Roberto Stillman y Jaffrey Francs habían empacado sus maletas en espera de la tarjeta de crédito y la ubicación de su primer encuentro con un posible sujeto humano. Esperaban una lista de diez o doce sujetos de diferentes instituciones de salud mental en California, pero, para su sorpresa, el asistente del Dr. Qaraite se presentó en el laboratorio de Francs y les entregó una lista con solo tres nombres. Mientras tanto, el Dr. Qaraite había estado negociando un acuerdo con el director del Departamento de Correccionales y Rehabilitación de California para liberar de la prisión a tres pacientes que habían respondido a la convocatoria de voluntarios.

Los pacientes, bajo la aprobación del equipo de Francs, serían llevados al campus del IICM donde vivirían por separado en tres pequeños departamentos interiores construidos en el mismo espacio donde se alojaban los grupos de animales. Un poco después de los últimos experimentos, el orangután, de quien se recabó la mayoría de la información e imágenes, se volvió incontrolable. Considerado como peligroso por los veterinarios del instituto, fue sacrificado. El segundo orangután había perdido la fuerza en brazos y piernas, imposibilitándole caminar y comer; también fue sometido a eutanasia. La eliminación de estos animales abrió más espacio para la vivienda de los tres voluntarios. En un acuerdo formal, firmado por ellos, se les informaba a los sujetos que su participación en la exploración de la memoria no los liberaría de su obligación con el estado de California de cumplir sus sentencias en un hospital estatal hasta que se declararan en condiciones para un juicio. Sin embargo, la posibilidad de un cambio de lugar, incluso durante un período de tiempo indeterminado, parecía anular los riesgos de las pruebas médicas. A los tres pacientes se les había dicho que la muerte era su mayor riesgo.

El viaje al norte de California brindó lo que el equipo no sabía que necesitaban desesperadamente: una oportunidad de alejarse del entorno del campus del IICM. Abrieron las ventanas del coche para sentir el aire fresco al cruzar el puente Golden Gate hasta el Hospital Estatal de Napa, donde los esperaba el primer voluntario. El Dr. Qaraite había insistido en que hicieran pocas preguntas y simplemente trataran de determinar si el paciente respondía con un sentido de confianza hacia ellos. La entrevista era una formalidad obligatoria para la Junta de Revisión Institucional. Después de haber examinado al paciente, la Junta había cumplido su debida diligencia, informándole al paciente sobre los riesgos de los procedimientos biomédicos y haciendo hincapié en que el proceso experimental implicaba instrumentos invasivos.

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Mónica Sharon Sung Pullsan estaba internada en el Hospital Estatal de Napa para los criminales dementes. Mónica Sharon, quien prefería que le llamaran por ambos nombres, fue internada en el Hospital de Napa debido al hacinamiento en otras instituciones mentales. El Dr. Francs, la Dra. Cordelli y el Dr. Stillman la aprobaron con entusiasmo porque en esta etapa de su condición y tratamiento no representaba ningún peligro para sí misma ni para los demás. Cordelli había leído los expedientes en que se describía el estado mental de Mónica Sharon y el tratamiento que había recibido desde su primer internamiento hasta el presente y llegó a la conclusión de que Mónica Sharon no estaba enferma en absoluto. De mente sana, ella había fingido estar mentalmente enferma por años con el fin de permanecer en una institución mental, donde se sentía segura. Muchos podrían verla como víctima de la incapacidad del Sistema de Administración Penitenciaria de California para controlar el rápido aumento en la población carcelaria, pero la declaración de un psiquiatra estatal había resultado en que Mónica Sharon fuera institucionalizada, lo que la mantenía alejada de la calle y de sus padres alcohólicos. Solo hubo un incidente de violencia física, el cual Mónica Sharon neutralizó con una mordida quirúrgica rápida e inesperada. Al terminar el informe del incidente, Cordelli gritó “bravo” y lo llamó “un acto creativo de autodefensa”. El equipo tardó tres días en convencerse de que Mónica Sharon era el sujeto ideal para sus experimentos. Cuando Mónica Sharon se enteró de la noticia, proclamó emocionada: “Haré todo lo que necesiten. Estoy muy feliz de hacer algo bueno por la gente de afuera”.

Nicolás Scato fue diagnosticado por psiquiatras estatales como un hipnagogo raro: una persona sujeta a dormir y soñar o alucinar mientras está despierta. Aunque en estado de sueño durante el día, el individuo tiene los ojos completamente abiertos y parece funcionar normalmente. Scato fue asignado a la Unidad de Vivienda de Seguridad, o UVS, en el Nivel IV de la Prisión Estatal de Pelican Bay, donde había cumplido veinte años de tres cadenas perpetuas simultáneas por el asesinato de doce hombres a quienes llamó apóstoles de Jesús. Asesinó a cada uno apropiadamente crucificándolos en un búnker subterráneo construido por él. Scato recreó textos bíblicos de la pasión de Cristo, clavándole una espada en el costado derecho a cada víctima y negándoles agua cuando la pedían. Los hombres murieron al igual que Cristo, como fracasos clavados a la cruz. Poco después de que murieran, Scato, ataviado como la Madre María, cargó “el cuerpo de Cristo” en su regazo como representación de la Piedad. Tomó casi un año para que su vecino más cercano, que vivía a una milla de distancia, finalmente se quejara del terrible hedor que expelía la casa de Scato. Cuando la policía llegó, encontraron a Scato repulsivamente sucio, vestido como María, con barba y pelo largos, bebiendo té y leyendo la Biblia. Scato hablaba un idioma que no podían entender. Aunque no era un hombre alto, era muy fuerte y ágil. Sus manos eran como prensas. Caminaba encorvado y cabisbajo. Se necesitaron refuerzos policiales para aplacarlo. Los oficiales sufrieron manos aplastadas, fracturas de brazos y costillas, hombros dislocados y, peor aún, un trauma psicológico como resultado de la pesadilla del arresto. Sus vecinos describieron a Scato como un solitario que, según los rumores, se ganaba la vida como soldador y plomero. Por lo visto, nadie había conversado con él nunca.

El Dr. Francs se interesó en Nicolás Scato por su forma de vivir en prisión. Dormía en el suelo y se negaba a usar ropa, a bañarse y a usar el inodoro. Cada vez que necesitaba evacuar los intestinos, simplemente lo hacía de pie o en cuclillas dondequiera que estuviera. Los administradores de la prisión le permitían comer solo y en cuclillas en el suelo, por lo general en una esquina. Su celda estaba aislada de los demás prisioneros, quienes le temían a muerte y lo consideraban poseído por el mal. Había cometido doce asesinatos horribles, pero, curiosamente, nunca fue violento en prisión. Durante su breve juicio articuló unas palabras que los periodistas afirmaron ser arameo. La Dra. Cordelli, quien había hecho algunos estudios independientes en Roma sobre religión, vio la transcripción fonética de las pocas palabras que había pronunciado y las confirmó como arameo. Al leer de este extraño caso, el equipo acordó en que tras de esta narrativa residía un ser humano muy inteligente. Cordelli volvió a defender su selección: tal vez en la experiencia humana de Scato yacía la prueba que buscaban. Scato terminó su entrevista diciendo: “Al igual que Jesús envió a sus discípulos, también los envió a ustedes a salvarme”.

Clearance Bardfields, un paciente epiléptico con electrodos cerebrales ya implantados, había terminado en el Hospital Estatal de Vacaville para presos mentales. Bardfields era hijo único de una pareja rica de Beverly Hills. Después de una condena por agresión y heridas, sus abogados lo abandonaron por su falta de cooperación. Su padre contrató a Junior Max Sopplon, un prominente abogado criminal, para asumir su caso. El tribunal sometió a Clearance a una evaluación psiquiátrica y lo declaró enfermo mentalmente. Una vez iniciado en el sistema de hospitales penitenciarios estatales, su vida dio marcha atrás, de un mal lugar a una existencia de pesadilla. Clearance había cumplido seis meses en la Cárcel del Condado de Orange, donde sobrevivió una golpiza por un grupo de delincuentes a quienes simplemente no les había gustado la forma en que los miró. En su segunda condena fue enviado a Metropolitan LA en una espera de observación de treinta días. Sus padres lograron que los médicos le recetaran medicamentos para mantenerlo bajo control. Los padres de Clearance le dijeron que cuando cumpliera veintiún años quedaría solo y ya no lo ayudarían. Su tercera condena llegó porque Clearance golpeó a un hombre y a una mujer quienes, según él, habían intentado robarlo. Ambas víctimas sobrevivieron la brutal paliza, pero la mujer sufrió daño cerebral permanente. De nuevo, detenido provisionalmente en una institución mental, el Hospital Estatal de Atascadero, Clearance pasó dos años confinado en el pabellón psiquiátrico agudo. Mientras tanto, su abogado, Junior Max Sopplon, apeló su caso en vano. Ahora que Clearance tenía veintiún años, sus padres cortaron todo lazo con él y lo abandonaron a su propio destino. Junior Max se convirtió en el padre sustituto de Clearance, enviándole dinero, visitándolo regularmente y solicitando un traslado a un hospital de menor nivel.

Cuando cumplió veinticinco años, sus padres murieron en un accidente automovilístico. Clearance heredó millones y una variedad de propiedades, y se trasladó a Vacaville, donde mostró buen comportamiento y, después de un año, fue asignado al nivel de seguridad más bajo del hospital. Trabajaba, estudiaba, descubrió a Dios, asistía a servicios en un grupo de oración no confesional que reconocía y practicaba los rituales y tradiciones de muchas religiones. La Iglesia Una Comunidad se enorgullecía de no reclamar dogma alguno y de contar con total inclusión. Francs decidió que Clearance estaba listo para salir del hospital y unirse a su equipo.

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La llegada de Nicolás Scato al campus del IICM fue más rápida de lo que se esperaba. El laboratorio de Francs aumentó su nivel de actividad en preparación del estudio, y los tres laboratorios de apoyo que rodean el edificio de estudio cerebral emprendieron una labor impresionante para terminar todos los preparativos para la llegada, incorporación y comodidad del paciente Scato. Dos semanas antes de salir del nivel cuatro de la UVS, en Pelican Bay, Scato recibió órdenes de bañarse, cortarse el pelo, afeitarse, vestirse y comenzar a realizar debidamente sus funciones corporales en el baño. El guardián le ordenó unirse al primer grupo de reclusos en el desayuno, almuerzo y cena. Cuando Scato, aseado, se incorporó a la fila para desayunar, los otros prisioneros no lo reconocieron. Una noche, se despertó con unas voces que se desvanecieron rápidamente en la oscuridad; en seguida abrió los ojos y vio la luz del sol filtrarse por las ventanas enrejadas. Apoyándose en el colchón firme y cómodo, a duras penas bajó los pies de la cama y se sentó en el borde. Sintió tambalearse e intentó enfocar la vista cuando de repente la puerta se abrió. Roberto Stillman y dos asistentes entraron, lo levantaron, le ayudaron a bañarse y a vestirse, mientras él empezaba, poco a poco, a darse cuenta dónde estaba.

Después de una amplia toma de imágenes y cartografía del cerebro de cada sujeto, el equipo de Francs había desarrollado un plan distinto para cada caso. Nicolás Scato fue el primero en experimentar la exploración. Dos semanas después de su llegada, Scato había comenzado a retraerse a sus primitivas formas de vida. El Dr. Qaraite lo observó por quince minutos, el tiempo necesario para indicarle a Francs que comenzara a examinarlo inmediatamente. Stillman y los asistentes escoltaron a Scato al laboratorio quirúrgico. En doce horas todos los instrumentos, incluso los nuevos endoscopios de Cordelli, fueron insertados con nano cámaras de sesenta mil píxeles nunca antes utilizados en los Estados Unidos. Stillman y técnicos integraron pantallas, periscopios, luces y nano escáneres cerebrales. La Dra. Cordelli inspeccionó los tres endoscopios que utilizaría mientras los cirujanos craneales terminaban tres orificios de trépano del tamaño de un centavo en la parte superior, por encima de la ceja izquierda y en la región inferior izquierda del cráneo, donde insertaría los tubos del endoscopio. Scato abrió los ojos e hizo un esfuerzo por levantar las manos mientras veía desvanecerse lentamente los muchos colores brillantes que centelleaban a su alrededor.

En diez días Scato tuvo tres intervenciones cerebrales que generaron setecientas mil imágenes enviadas a varias computadoras de imágenes de sinapsis. Se clasificaron imágenes similares en grupos y se procesaron a través de los archivos de alta resolución del IICM. Finalmente, Francs, Cordelli y Stillman tuvieron acceso a las imágenes. Las cámaras endoscópicas de Cordelli habían tomado tantas fotos que tardarían al menos una semana en procesarlas.

Días más tarde en su habitación, Scato se despertó, se vistió y se dirigió a la puerta. Stillman inmediatamente activó los implantes en las piernas de Scato, causándole dolor inmediatamente y tumbándolo al suelo. Se levantó y se le echó encima a Stillman. Dos asistentes y una enfermera sujetaron al paciente y rápidamente lo sedaron. Mientras luchaba por romper las correas resistentes, gritaba en un lenguaje extraño. A las 3:00 a.m. sufrió una hemorragia masiva que lo mató casi instantáneamente. Parecía, literalmente, que se le había disuelto el cerebro. El Dr. Qaraite pidió una autopsia completa del cuerpo de Scato.

“Fueron los instrumentos o un problema con la vía para llegar al hipocampo, pero no el procedimiento”. Cordelli rompió el silencio a la vez que uno de los patólogos les indicaba a los asistentes que se llevaran a Scato a la morgue del crematorio.

“¿Puedes explicar esto?” preguntó Stillman.

“No tengo respuestas definitivas sobre lo que causó esto. Los tres pacientes tuvieron exámenes físicos exhaustivos; estaban sorprendentemente sanos, listos para someterse a los estudios. Los impulsos eléctricos, tal vez después de miles de imágenes tomadas en tan poco tiempo, causaron reacciones químicas que quemaron el cerebro. No quedó mucho”. El patólogo guardó silencio por un momento. “Pero lo que están descubriendo es increíble. No pueden detenerse ahora”.

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A solicitud del Dr. Qaraite, el equipo inició a Mónica Sharon Sung Pullsan en una fase de preparación que fue documentada más estrechamente después del proyecto Scato.

“He oído que Nicolás contribuyó mucho!” Dijo nerviosamente Mónica Sharon, tratando de ocultar su miedo al entrar a la sala quirúrgica por primera vez.

Stillman y el equipo siguieron el mismo procedimiento que habían utilizado con Scato. Mónica Sharon participó en tres estudios. El equipo le tomó aproximadamente tres millones de imágenes. Después del tercer estudio de recuperación tuvo dos meses de fisioterapia y comenzó a hablar incesantemente sobre lugares y aventuras que había tenido por el mundo y que nunca antes supo que había vivido. Francs le preguntó si quería continuar con el proyecto.

“Ya he visto lo suficiente”.

Mónica Sharon pidió que la regresaran al Hospital Estatal de Napa. El estado se negó a recibirla; la falta de camas disponibles en el hospital fue la razón oficial dada. Días más tarde, un juez de Sacramento firmó su liberación al IICM del Departamento de Hospitales Estatales de California. El Dr. Qaraite optó por contratar a Mónica Sharon como asistente de secretaría en su oficina. Su futuro estaba garantizado: capacitación práctica, vivienda, comida, un salario modesto, atención médica y clases de promoción profesional. El campus corporativo se convirtió en su zona segura y sus residentes, en su apoyo vital.

La Dra. Cordelli añadió un endoscopio más al procedimiento, por lo que serían cuatro con los que penetrarían el cerebro de Clearance Bardfields. Siendo el tercer paciente en someterse al experimento, su espera había sido más larga. En ese periodo, Clearance cumplió con los reglamentos y se ganó el privilegio de pasear, acompañado, por el plantel del campus. Cuando Stillman lo acompañó al laboratorio, Bardfields ya se había convertido en un total devoto del equipo de Francs y había decidido participar lo más posible.  Después de su primera experiencia en una exploración que duró siete horas y produjo más imágenes que sus colegas examinados anteriormente, se ofreció como voluntario para todos los estudios adicionales que necesitara el equipo. Después de recolectar millones de imágenes de Bardfields, el Dr. Qaraite ordenó suspender la recopilación para ver y analizar las imágenes ya disponibles de los tres pacientes.

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Francs, Cordelli, Stillman y el Dr. Qaraite comenzaron a explorar los primeros grupos de fotografías preseleccionadas e identificadas por los técnicos informáticos, fotos que parecían favorables a la magnificación y aclaración. El equipo y el Dr. Qaraite vieron la primera selección del cerebro de Nicolás Scato. En una gran pantalla proyectaron fotos que no revelaban nada que analizar. Se mostraron otras cien, pero no surgió nada. Este minucioso proceso tomó horas para buscar en cada centímetro de la foto con la esperanza de encontrar un objeto, una figura de algo. Incluso después de amplificarse una y otra vez, no se detectaba nada que valiera la pena. Finalmente, al caer la tarde, en la foto setecientos cuarenta, algo apareció.

“¡Amplifícala más!” Stillman gritó emocionado. A medida que se magnificaba, algo iba tomando forma.

“Hay un árbol, y otro y otro más”.

El Dr. Qaraite pidió ver un grupo de fotos diferente y encontró imágenes de dunas de arena. En otro grupo aparecieron en la distancia figuras humanas cruzando un desierto. Cordelli se puso de pie. Era la una de la mañana.

“¡Funcionó! ¡Hemos capturado memorias históricas!”

Se le humedecieron los ojos cuando el equipo y el Dr. Qaraite se dieron cuenta de lo que habían logrado y comenzaron a felicitarse entre sí.

“Tomará meses, años, para ver y estudiar cuidadosamente todas estas fotos”, planteó Francs después de tres días.

“Sí, nos tomará más tiempo”, respondió Stillman.

Cordelli entró con pastelitos y tazas de café.

“Tal vez sea toda una vida de trabajo por delante. Tenemos cientos de miles de millones y todas están digitalizadas, computarizadas. ¿Quién sabe lo que lleguemos a descubrir?”

El Dr. Qaraite se detuvo para mirar a cada uno de sus colegas.

“Hoy, he pedido más fotos de Clearance Bardfields”.

Bajaron las luces y tomaron asiento.

“Hay millones de imágenes de las sesiones con Bardfields. Les pedí a los técnicos que nos dieran paquetes del quinto o sexto estudio”, explicó el Dr. Qaraite.

El equipo aplaudió una y otra vez cuando vieron imágenes que obviamente provenían de otro siglo, uno en que Bardfields no podía haber vivido. En las fotos abundaban vistas de diferentes períodos históricos. Las imágenes mostraban calles, viviendas y caballos, carruajes y figuras de mujeres en vestimentas del siglo XVIII o principios del XIX.

Es increíble. Hemos logrado algo milagroso, pensó Stillman.

“¿Podemos hacerlo de nuevo?” Francs preguntó.

“Por supuesto que podemos. Seguimos los mismos procedimientos y continuamos mejorando mis instrumentos”, dijo Cordelli en voz alta y clara.

“¿Qué significado tiene todo esto? ¿Cómo va a afectar la historia? ¿y a nosotros?” Stillman preguntó con reserva.

En ese instante, se formaron en la pantalla imágenes totalmente inesperadas. Al ser magnificadas, se hizo obvio que los objetos eran cruces, cientos de cruces.

Fin

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